Miguel Ángel Pérez no lo dudó ni un minuto. Hacía tiempo que buscaba la forma de evitar que sus seres queridos tuvieran que cargar en algún momento con la decisión de prolongarle el final de la vida si él no pudiera hacerlo. Sentado frente al documento con sus datos, tomó la lapicera y firmó con decisión.
“Tres personas amigas estuvieron varios meses internadas, conectadas a un respirador que las mantenía con vida para, finalmente, morir. No quiero terminar como ellas”, dice con signos evidentes en su voz de que el cigarrillo le restó el 70% de su capacidad pulmonar.