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Sexo y sexualidad
Miguel Suazo
Fuente:
Texto: Bioéticas. Guía internacional de la bioética/ pag.291
http://www.bioeticas.org/IMG/pdf/dl285295.pdf

Se ha definido el sexo como la expresión genérica que nos determina biológicamente como masculinos o femeninos y la sexualidad como el marco del accionar humano en la sociedad, desde la perspectiva del género al que pertenezcamos. Se habla así de un sexo social que es de asignación. Esto rompe el biologicismo marcado que obliga a patrones culturales de comportamiento obligado en función del ser varón o hembra.

El debate en el mundo de la sexología para llegar a acuerdos sobre lo que es sexo y lo que es sexualidad cuenta con un largo recorrido y con propuestas como las que hemos enunciado en la definición, pero más profundo y tortuoso es el debate de la fundamentación bioética de ambos. En el contexto histórico, y desde el punto de vista naturalista, dado que el orden fue entendido como sinónimo de lo natural, de lo organizado o adecuado y lo contrario de antinatural, nace un referente para el estudio de este tema que abordamos y nos señala un camino único para la comprensión de la dinámica entre sexo y sexualidad.

El referente es importante porque a su vez nos permite abordar una forma de fundamentar las expresiones de sexualidad de muchas personas, las cuales deberán estar acorde con el sexo del individuo. Diego Gracia nos da pautas de cómo explicaba el mundo griego esta relación: “Las virtudes identificadas como ‘concupiscibles’ son las que residen en el abdomen, como tal tienden a la búsqueda del placer y a evitar el dolor, se oponen a las que residen en el cráneo y que se conocen como ‘intelectivas’. Las últimas son racionales (virtudes dianoéticas o intelectuales) y las primeras irracionales (virtudes éticas o morales).

La moraleja de estas interpretaciones es que ‘las virtudes éticas solo son moralmente correctas cuando se hallan bajo el imperio de la razón’ ” (Gracia, 1998). Aquí aparecen vinculados razón y expresión mediados por la dimensión ética, ya que solo justificará su moralidad en cuanto esté controlado por la razón. La moralidad del sexo. De algún modo hemos vivido en esa lógica de la sexualidad donde la razón debe primar sobre el placer y la genitalidad, creando códigos de moral sexual como propuesta.

La realidad es que estos postulados no necesariamente son acatados ni cumplidos por todos, pero sí planteados en una moral sexual social que predispone a la existencia de una doble moral. Este dilema propio de la modernidad pregunta sobre qué sería en términos éticos lo correcto en la interacción de ese binomio. Sería lógico pensar que el marco valorativo de la sexualidad se ubique en el marco de la razón, solo que la razón y el marco valorativo han sido definidos y resguardados por el patrimonio de los adultos y aparenta no tener una coincidencia con las necesidades y valoraciones de los y las jóvenes y adolescentes.

El problema mayor es que socialmente la moralidad del sexo ha quedado cautiva en la legalidad o en la sacralidad del matrimonio, negando la posibilidad de que la sexualidad tenga expresión en las relaciones sexuales en quienes no estén vinculados por estos lazos. La propia cultura griega, al plantear la visión naturalista y entender que las cosas tienen su propio telos, entendió que el fin o telos de la genitalidad era la reproducción y, por tanto, solo sería moral la relación sexual tendente a ella. Luego la sociedad dirá “pero dentro del matrimonio”, reduciendo sus espacios de manifestación. El planteo educativo en la sociedad está en la subyacencia de estos postulados. Actualmente el problema es ¿desde qué base educativa construye el sexo esta sexualidad? Ética de la sexualidad, amor y responsabilidad.

El tema de la relación sexo-sexualidad expuso ya ante nuestros ojos un salto cualitativo al diferenciarse placer de reproducción, poniendo a este último tema en el debate, desvinculando la vida sexual de la obligatoriedad de la vida reproductiva. Este nuevo paradigma se crea con los aportes sobre el conocimiento científico del ciclo reproductivo de la mujer hecho por Ogino y Knauss en los años de 1920. En definitiva la sexualidad, como manifestación del ser humano, es un deber imperfecto en cuanto es de gestión privada y su ejercicio no puede ser exigido por medio de la ley o de la coacción, pero tampoco puede ser desarrollada sin márgenes morales que la legitimen.

La llamada revolución sexual trajo a colación nuevas esferas del debate haciendo el tránsito obligado de la visión naturalista a la autonomista y cifrar esta última en la ética de la responsabilidad. No basta con pensar en la razón dura como única forma de justificar la expresión de la sexualidad si no la hacemos mediar por elementos vinculantes como los axiológicos, cuyo principal representante es el amor en este caso. Cualquiera otra manifestación de comportamiento sexual es posible solo desde la biología, porque produce placer, satisfacción, pero carece de moralidad (no es que sea inmoral) si no entran el amor y la responsabilidad como vínculos que expresen en hombre y mujer su sexualidad.

“El hombre y la mujer constituyen las dos únicas maneras de vivir en el cuerpo, cada uno con su estilo peculiar y con unas características básicas diferentes” (López, 1992). La definición gramatical de los términos sexo y sexualidad es desbordado por el verdadero debate que debe darse para poder construir una ética de la sexualidad que no imponga de manera descarnada los límites de su realización, ni los encierre en el estrecho marco del comportamiento sexual.

Referencias
Diego Gracia. Ética de los confines de la vida, Bogotá,
Editorial El Búho, 1998. - Eduardo López. Ética de la sexualidad y del matrimonio, Madrid, Ediciones Paulinas,
1992.

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